Ya hemos hablado en varias ocasiones de cómo ha cambiado el mundo, tecnológicamente hablando y cómo, a nuestro alrededor, se han ido integrando numerosas maquinitas de todo tipo que, en mayor o menor medida, nos han hecho la vida más fácil o han contribuido a plantearnos muchas cosas desde un prisma diferente al que estábamos acostumbrados.
Así nos encontramos con dispositivos que han mejorado a los antiguos dotándoles de mayores capacidades y rendimiento, como televisores u ordenadores, o dispositivos completamente nuevos que han abierto nuevos caminos nunca antes explorados, como los iPad o los iPhone hicieron en su día. Pero, si algo tienen en común estos nuevos dispositivos, es que poseen una característica que antes no existía cuando comprabas un producto: se actualizan.
Antes te comprabas una tele y así como nacía, moría. La instalabas en casa y no sufría ningún cambio (a parte de las sintonizaciones periódicas). Sólo estabas acostumbrado a nuevas versiones de Windows, Linux o MacOS y del software que contenían y esto era algo que en muchas ocasiones pasaba con una periodicidad bastante dilatada en el tiempo.
Hoy en día es distinto. Las memorias internas o ‘firmwares’ de la inmensa variedad de dispositivos que tenemos, sufren actualizaciones por parte de los equipos de desarrollo de las compañías que los fabrican. Nuestras teles, radios, básculas, tostadoras, frigoríficos y un largo etcétera nos informan de actualizaciones que mejoran las prestaciones del objeto comprado.
Esto ha provocado una nueva diferenciación dentro del mundo del usuario común. Surge una nueva subclase: el denominado ‘Updater‘. Ser un Updater es vivir al día, aunque esto suene a playboy ochentero. Los Updaters se preocupan por que todo lo que les rodea atesore la última versión salida al mercado y les potencie sus aparatos hasta el infinito y más allá. Es casi una obsesión. Enfermiza. Recurrente.
Lo sé porque yo soy uno… soy un Updater. Lo reconozco. Y no es fácil, no os creáis. No sólo por llevar mi ecosistema hasta alcanzar una perfecta actualización, ya que eso puede alcanzarse con un mínimo esfuerzo y un limitado tesón. El problema viene cuando te metes en ecosistemas ajenos y ves componentes desactualizados allá por donde miras.
De repente llega un día en el que estas cenando con unos amigos, disfrutando de una agradable velada y unas conversaciones distendidas en un marco incomparable y una amiga te pregunta si has visto ese video tan divertido que circula por la red.
Ni corta ni perezosa te pasa su móvil, donde lo tiene almacenado y es entonces cuando todo tu mundo se desmorona. Un perfecto 34 en un círculo rojo destaca, como un ígneo fuego del infierno, en una esquina del icono del App Store. El tiempo se para. Una gota de sudor nace en tu cuero cabelludo y acaba por morir más abajo de tu barbilla tras recorrer tu demudado rostro. ¡34 actualizaciones sin instalar! Pero… Pero… Pero…
El video casi ni lo ves… imágenes borrosas se suceden ante ti mientras esbozas una fingida sonrisa para corroborar el efecto que el vídeo te debería estar produciendo. Una vez finalizado el mismo inquieres, como quien no quiere la cosa, a la poseedora, sobre la razón de este ‘desfase actualizativo’ y te suelta un ‘Es que soy muy despistada’ y se queda tan ancha… Recibes el bofetón virtual que te acaban de dar, vuelves a colocar tu mandíbula en su sitio y le recomiendas entre dientes que se ponga al día, mientras le devuelves el teléfono con mano temblorosa.
Quizá este ejemplo lo haya llevado un poco hasta la exageración, pero es muy cierto que hay gente que no considera necesario ese ‘up to date‘. Que si todo va bien, para qué cambiarlo. Y yo digo, para un riesgo que tomas en la vida, para un momento en que contienes el aliento mientras el mensaje ‘Actualizando firmware. No apague el equipo’ aparece en la pantalla mientras cruzas unos imaginarios dedos rezando porque la compañía eléctrica no corte el suministro en ese preciso momento. Ese choque de adrenalina, que te dispara las pulsaciones sin necesidad de que una GoPro lo grabe. Qué narices… debería haber uno de esos anuncios de Gopro a 4K patrocinados por Redbull de mi cara cuando actualizo el Apple TV. Eso sí que es riesgo.
En fin, ahora ya lo sabéis. Soy un Updater y en mi casa sí lo saben.
¿Y vosotros? ¿Os identificais conmigo o vivís en un mundo placentero de calma ajeno a las novedades o mejoras que suponen actualizar ciertos productos?