La verdad es que nunca lo he llegado a entender. En serio, muchas veces me he parado a pensar qué diferencia a un producto Apple de otros muchos, pero no en cuestión de calidad o funcionamiento: en cuestión de opinión. No pasa con otras marcas. O por lo menos yo no lo he visto. Si sale una televisión nueva de Sony, o unos altavoces de Yamaha o un reloj de Lotus, esta aparición pasa, no digo despercibida, sino de puntillas por nuestro entorno. Y no genera opinión.
Con los productos Apple es otra cosa. Y especialmente con el iPhone. La expectación que siempre ha generado ha sido abrumadora. ¿Por qué? Probablemente las razones surgieron del embrión que implantó Jobs en su día y que se podría resumir con la sucinta y españolísima sentencia: ¡Callarse leñe!
¿Os acordais del Primer iPhone y, de aquel…?:
– Hoy vengo a presentaros tres productos: Un Teléfono, un dispositivo de conexión a Internet y un iPod… Are you getting it?
Nadie lo sabía a ciencia cierta. Nos tenía pegados a la pantalla. Generaba tensión, ganas de saber, emoción. Sus presentaciones, exhaustivamente estudiadas hasta la saciedad y delineadas con mano firme, conseguían impactar en el objetivo con una precisión quirúrgica. En un ‘in crescendo’ teatralmente ejecutado te veias envuelto en un baile de cifras, ejemplos, pruebas, en un escenario en el que no había profesionales de la tecnología, había actores que representaban su papel bajo la batuta del maestro de ceremonias, presente en dicho escenario durante la mayor parte de la velada. Ese espectáculo circense donde tú eras niño de nuevo y los leones, elefantes y payasos desfilaban ante tus ojos inundándote de ilusión…
¡Ejem!, no quiero irme por las ramas, que os he reunido aquí para hablar de algo en concreto que, en mi opinión, ha sido el desencadenante de todo lo que ha venido detrás: el estricto código de silencio que envolvía cualquier novedad Apple. No sabías realmente qué estaba pasando hasta que presenciabas esa obra teatral. ¿Había rumores? Sí. ¿Corrían ríos de tinta? También. Pero no había crítica, no había detractores del producto hasta que te lo metían por los ojos. Antes sólo había expectación: De unos afilando las uñas y de otros afilando el bolsillo.
Lamentablemente las cosas se torcieron. Hubo una maqueta perdida en un Bar que marcó un punto de inflexión en toda esta trama. Y es que conocer un producto antes de su presentación alimenta la hoguera de los ‘haters’ y frena el entusiasmo de los ‘lovers’.
Desde entonces, ya nada ha sido igual. No digo con esto que haya afectado a la calidad del producto (esto es tema para otro ladrillazo como este), pero algo de la magia sí se ha perdido por el camino. Muchas WWDC (Conferencias de desarrolladores) ya no se retransmiten en streaming, no hay un hilvanador de historias en el escenario, se reparte el protagonismo equitativamente y lo que es peor, se presentan productos que ya se conocen y el margen de sorpresa se reduce más al software que al propio dispositivo físico.
En poco más de un mes viene un nuevo miembro de la familia y ya han surgido opiniones para todos los gustos. Que si por fin una pantalla de 4,7’’, que si para qué una pantalla de 4.7’’, que qué maravilla el cristal de zafiro, que alguien ya ha roto el cristal de zafiro, uy qué cómodo el botón de apagado en el lateral, pero cómo se les ocurre poner el botón de apagado en el lateral… Todos sabemos cómo será (¡hasta nosotros tenemos una maqueta!).
No habrá actores. No habrá Leones.
Para mí, es la única pega que le veo a Apple. Han olvidado algo por el camino. Se han olvidado de la ilusión de abrir un regalo nuevo sin saber qué hay dentro. Que sí que sí, que será una pasada, que junto con iOS 8 volverá a vender millones, que todo el mundo querrá uno (empezando por mí), pero… no sé…
¿Qué opináis?